Todo empezó con mi bisabuelo Diego Gómez-Lobo, que vivía en un pueblo de La Mancha llamado Herencia. Allí tenía unos viñedos de los que vendía sus vides para la elaboración de vino.

A su hijo Pedro (mi abuelo), le gustó el tema y fue el primero de la familia en montar una pequeña bodega de producción en Salinas, Alicante. Estuvo funcionando durante varias décadas y mi padre, por ser farmacéutico, se dedicó al control de calidad de esos vinos, cosa que, en aquel momento, empezaban a hacer solo unos pocos.

Al cerrarse esa bodega de mi abuelo Pedro, las barricas de roble americano y algunos de los utensilios allí utilizados los trajeron a nuestra recién inaugurada casa El Olivar en Bétera. Para albergar esas piezas en un lugar que las dignificara, mis padres acondicionaron una zona del subsuelo de la casa, que hoy día ocupa una extensión de unos 250 metros cuadrados. Junto a ellos, se compraron piezas de anticuarios, se elaboraron puertas y candelabros de forja, se buscaron mesas, alacenas y demás muebles de madera maciza y se completó con una magnífica colección de más de 5000 botellas de vino, la más antigua del año 1850.